Me acostumbré a echarte de menos mucho antes de conocerte, antes de que tu aliento fuera más adictivo que los helados de chocolate o el primer cigarro de la mañana. La puta manía de llorar y enredarme entre la sábana antes de coger el sueño, mientras susurraba tu nombre sorprendiéndome cada vez que pronunciaba una letra más. Me acostumbré a quererte, a desearte, a que mi almohada oliera a ti. A verte como costumbre y llamarte como vicio. Entendí que eras parte de mí, que necesitaba oir tu respiración cada noche, levantar la vista y ver el color de tus ojos como nadie los puede ver. Que te quería desde, por y para siempre, y en mi cuello está firmado que, a tu lado, hasta el fin de mis días. La propia necesidad me supera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario