Tiene café en la mirada

Ocho de abril. Cuatro y cuarto de la mañana. Abro los ojos y ahí estás. Dormido. Cualquiera diría que algún día sentiría lo que en este momento recorre mi cuerpo. En el momento en que mis ojos empiezan a brillar al verte a mi lado, te habría comido a besos, te habría susurrado al oído que eres mucho más que mi mundo y que eres más importante que el oxígeno que tengo que respirar cada día. Que nada calienta más que tu piel, que nada anima más que tu sonrisa, nada ilumina más que tu mirada y que cuando llegaste a mi mundo realmente entendí lo que era estar enamorada. Pero soy una ilusa al pensar que puedo hacerlo. Mejor me hago la dormida, y empiezo a soñar. A soñar como sería una vida a tu lado, una casa para los dos solos, una escapada. Si, eso. Allá donde nadie pueda encontrarnos. Y por último, recapacito. Y me imagino cómo sería yo sin ti, sin tus abrazos y sin tu apoyo diario. Sin tus tonterías y sin tus absurdas cosquillas. Pero no puedo imaginarmelo. Porque un buenos días pequeña acaba de pasar por mi oído, junto con algunas mariposas y sensaciones extrañas que nunca antes se habían apoderado de mi. Vuelvo a abrir los ojos. Y me pregunto, entonces, ¿para qué soñar, imaginar y desear? Si lo mejor que ha podido pasarme, está a mi lado, abrazado a mí. No se si creer en los para siempre... Pero, por favor, que esto sólo sea el principio.